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El tomate es una de las hortalizas estrella del verano. Cuesta creer que hace poco más de quinientos años aún no hubiera cruzado el océano para adquirir el papel tan principal que desempeña en muchas gastronomías europeas.

Creo que en parte puede deberse a la facilidad con la que el tomate crece en los huertos, aunque también es verdad que aporta muchísimo en la cocina. Es gracias al tomate que existen platos tan deliciosos como la musaka, el bacalao a la vizcaína, los callos, la salsa putanesca… y la salsa de tomate frito, que hecha a fuego lento y con buenos ingredientes es una fiesta en cualquier mesa.

Aún así, una de las formas en las que más me gusta comer el tomate es con ajos y orégano. La receta no tiene ningún secreto. Bueno, sí: que el tomate sea bueno, que el orégano sea excelente y que la sal marina sea gorda. Aunque en septiembre miremos más al otoño, aún nos quedan días de verano. Así es que os animo a disfrutar de esta sencilla receta dándole al tomate de temorada la despedida que se merece.

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Ingredientes
2 tomates rojos maduros
4 dientes de ajo
Sal marina gorda
Aceite de oliva virgen

Lavar y cortar los tomates en gajos, partir los gajos en dos mitades y disponerlos sobre una fuente.
Quitarle el germen a los ajos, picarlos en trocitos no demasiado pequeños y ponerlos sobre los tomates.
Añadir sal gorda, orégano y aceite de oliva virgen.

Notas
La primera civilización que se conoce, la sumeria, ya consumía ajo.
El ajo presenta muchas propiedades beneficionas para la salud: es un antibiótico natural, es antiinflamatorio, favorece la circulación sanguínea y tiene un alto contenido en azufre, impresdcindible para el funcionamiento de nuestro organismo.

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